Cacería de alce en Yukón

La ética está en la forma que uno practica esta actividad

Mi .300 Weatherby Mark V, que agrupaba muy  bien, un día comenzó a dispersar, no le encontrábamos la vuelta y consultando empecé a escuchar de todo, hasta que ¡había que cambiarle el cañón! Finalmente, descubrí que el problema estaba en el montaje, uno de uña que adelante traba por fricción, y lógicamente a la presión que lo someten los tiros, se fue desgastando y tomó juego. Me sugirieron cambiarlo por una base Piccatiny con anillos Warne, montaje rústico, pero muy confiable. Lo montamos y le cambié el visor por una Swarovski Z8i, de 2 a 16 aumentos por 50 con torreta de corrección para compensar la caída del proyectil. Con mi amigo José Abait hicimos una recarga con pólvora R22 y puntas sierra de 180grains y el resultado fue increíble. Hicimos pruebas corrigiendo con la torreta, y sin viento, a las distancias 100; 200; 300; 400 y 500 metros, pegando el arma muy bien a cada distancia prefijada. Contento con el resultado decidí llevarlo a mi próxima cacería de alce en Yukón, Canadá, y realmente no me equivoqué. Mi primera cacería en ese territorio la hice con un .375 H&H, con munición de 300 grains. En aquella oportunidad disparé a unos 70 metros, pero esta vez la cosa iba a ser diferente, y la decisión de llevar este rifle, resultó más que acertada.

El alce o moose es el más grande de los ciervos, habita en el norte de los Estados Unidos, Canadá, Alaska, Suecia y Rusia, hay tres subespecies, siendo el de Alaska-Yukón el más grande. Un adulto macho de 8 a 10 años puede pesar entre 700 y 800 kg, y medir más de dos metros hasta la cruz, siendo de comportamiento territorial y tranquilo. Las hembras tienen un período de celo de entre 20 y 30 días, que comienza normalmente la segunda semana de septiembre, en pleno otoño, cuando ya empieza a hacer frío por las noches, y pueden llegar a parir de una a tres crías.

En esta zona la temporada de caza se extiende desde el primero de agosto hasta el uno de octubre.

En el Yukón Canadiense se cazan aproximadamente 700 a 750 alces por temporada (datos tomados de una reciente publicación del Yukon Fish & Game Association). La temporada se extiende desde el primero de agosto hasta el uno de octubre, dependiendo de las distintas áreas. En la zona a la que volví se permite en tres turnos desde el primero de septiembre hasta el uno de octubre, la compañía cinegética  recibe cinco cazadores por turno, que duran diez días. Así y todo con suerte se abaten 15 ejemplares por temporada, ya que para fines de octubre  comienza a nevar, y el clima se torna muy inestable.

 

 

En Alaska, la cantidad de alces que se cazan por temporada entre residentes y no residentes es muchísimo mayor, pueden llegar de 6.000 a 8.000 (datos de una reciente publicación del Alaska Dept. of Fish & Game). Podemos decir en general que los mejores trofeos vienen de allí.

Cazar en el territorio del Yukón Canadiense, es una experiencia única, ya que se trata de una región muy extensa, donde no habita absolutamente nadie con regiones   completamente salvajes, de hecho no hay caminos, y con un clima muy hostil desde finales de octubre hasta mayo, donde cae mucha nieve y las temperaturas son extremas. Podemos encontrar, según las zonas, varias especies de mamíferos, entre ellos el alce, caribú, el oso Grizzly y el negro, lobos, carneros como el Dall, Mountain Goat, elk y en el norte el bisonte, por nombrar los más representativos.

En 2013 estuve cazando allí, también en busca del alce en la segunda fecha, ya en la berrea, mi  experiencia fue muy buena, y cacé un alce de 59 pulgadas de abertura, algo más que un trofeo representativo, en una experiencia fantástica que fue publicada en esta revista.

Fue con la ayuda de Chris Widrig, el outfitter con quién cacé las dos veces, quien maneja la concesión Seis en el noreste del Yukón, en una gigantesca  área de 4.000 millas cuadradas.

Partimos con mis guías, Dan y Alex, en tres caballos montados y cuatro cargueros hacia el río Snake.

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta vez fui por lo mismo, pero en una fecha anterior, que se extendía desde el uno de septiembre hasta el once, en teoría, la semana previa a que comience la berrea.  El viaje fue hasta la capital de la provincia de Yukón, Whitehorse, y desde allí al territorio de caza en un vuelo de casi tres horas en un hidroplano que compartía con otros cuatro cazadores y con todo nuestro equipo, acuatizando en un pequeño lago llamado Goz. En el lugar hay un campamento base con todas las comodidades que permite el lugar y de allí se parte a caballo, cada cazador  con sus guías a las áreas destinadas, solo para volver al mismo,  el día del regreso.

Al otro día temprano partimos con mis guías, Dan y Alex, en tres caballos montados y cuatro cargueros hacia el río Snake, donde instalaríamos el campamento. Después de cinco horas, una vez en el lugar, montamos un acuartelamiento precario, diría, bastante inestable, ya que constaba de un techo sostenido por cuerdas en los árboles. No olvidemos que todo debe ser llevado a caballo y cada kilo de más, es problemático.

Los guías prepararon algo, comimos al lado del fuego y como era casi de noche, cada uno se fue a su tienda a descansar. Al otro día (ya estaba en el tercer día de los diez), desayunamos temprano, ensillamos los caballos  y salimos a recorrer. Después de dos horas de cabalgar por paisajes agrestes, los dejamos atados en la base de un cerro, y comenzamos a ascender durante unos 30 minutos. Desde allí, con la altura que habíamos logrado, nos dispusimos a inspeccionar un valle boscoso en busca de algún alce. Fue Dan, quién después de un largo rato divisó el aspa de uno entre unos pinos, y los tres lo empezamos a observar. Era muy poco lo que mostraba y al moverse desapareció en el entre la foresta. Estábamos a una distancia de 1.400 metros aproximadamente del potencial trofeo.

Desde allí nos dispusimos a inspeccionar un valle boscoso en busca de algún alce. Desde allí nos dispusimos a inspeccionar un valle boscoso en busca de algún alce.

Los guías se fueron a revisar otras áreas, pero yo me quedé clavado en el mismo lugar tratando de ubicarlo y evaluarlo. Al rato lo vi asomar, solo la cabeza, y lo empecé a mirar en detalle con mi telescopio Optholit de 25 aumentos, pero el alce seguía internado en medio de árboles y no salió al limpio, tal vez porque era el mediodía y la temperatura era calurosa para la época, calculo unos 10/12 grados. Se trataba de un trofeo no muy abierto, pero grueso y grande, y sin pala frontal, pero me gustó, el animal retrocedió y ya no lo pude ver más.

Comimos algo junto al fuego y nos fuimos a descansar.

Como los alces son animales muy territoriales, al otro día volvimos al lugar, pero acortamos la distancia. Después de dos horas se recorrer el paisaje con los binoculares, nos interrumpió la lluvia, y decidimos volver al campamento. Mis guías querían cruzar el río Snake para revisar otra zona, pero los convencí de volver al mismo lugar, ya era el quinto día de cacería (más de la mitad de mi tiempo establecido) y me estaba poniendo un poco ansioso.

Si bien en Yukón uno está cazando desde que sale de la tienda y abre los ojos, este es el único alce que habíamos visto, aunque observamos otros animales como algunas hembras,  caribúes, y una manada de carneros de Dall. Recorrimos dos horas a caballo, y luego caminamos hasta la posición que nos dejaba a una distancia de mil metros de donde lo habíamos visto la última vez. Allí, bien ubicados, lo comenzamos a buscar con los binoculares, pero no logramos verlo entre los tres, así que mis dos guías tomaron la decisión de separarse y, caminando, se fueron a revisar otras áreas.

Yo quedé en el mismo lugar, revisando todo con mis binoculares Zeiss de 10×42, y en un momento me pareció distinguir en la orilla del bosque algo de características diferentes. Me concentré en el objeto. Reconocí el aspa izquierda del alce, por lo que para comprobar mejor, armé el catalejo y con sus 25 aumentos lo distinguí bien. Estaba echado de espaldas y solo le veía el aspa izquierda, afortunadamente era un día soleado lo que me permitía una visión perfecta. La posición de mayor altura y contar con la óptica adecuada, dieron su fruto después de observar casi dos horas ese área boscosa. Esta situación indudablemente no hace más que reforzar el concepto de que para cazar, independientemente de la preparación física que una cacería de este tipo exige, para lograr el éxito, se requiere mucha tenacidad y una dosis de suerte o como dicen los americanos, la ayuda de Lady Luck, y… ¡Esta vez la tuve!

Cuando volvieron los guías, se los mostré y montaron su catalejo Swarovski con 60 aumentos; no había dudas de que era el alce que buscábamos, pero no podíamos analizar con detalle la calidad del trofeo. Me acerqué al telescopio de mayores aumentos que el mío para observarlo mejor y casi al instante, el animal se incorporó. De inmediato Dan empezó a llamarlo, imitando el balido de la hembra cuando está en celo. El alce no se inmutó y se metió en el monte que había a su lado.

Desde allí nos dispusimos a inspeccionar un valle boscoso en busca de algún alce. Desde allí nos dispusimos a inspeccionar un valle boscoso en busca de algún alce.

Me dije «ésta es mi  oportunidad» y nos largamos con Alex cuesta abajo, para achicar la distancia por una ladera de tundra. Lo volvimos a ver a unos 1000 metros, cuando se metió en el bosque, donde había una posibilidad que lo atravesara y saliera a un limpio. Allí con ansiedad nos quedamos esperando a que asomara al limpio y lo tendríamos a una distancia de 450 metros, y con un desnivel de alrededor de 80 metros a favor nuestro.

El gran animal lentamente se  asomó al limpión, pero solo mostraba la cabeza y la cornamenta, ya que el cuerpo estaba cubierto por algunos troncos y ramas. De todas maneras, se  distinguía claramente su silueta, pero no estaba dispuesto a dispararle a través de esa vegetación interpuesta frente a la posibilidad de que el proyectil tocase una rama y se desviase. Si llegaba a disparar, podrían ocurrir tres cosas: acertar en el blanco, errar, o lo peor, que se deesviase, pegarle mal y dejarlo herido. Yo estaba de pie y apoyado en un trípode (accesorio fundamental), controlé la distancia en la torreta que ya la tenía colocada a 400 metros, así que le dí un click más en altura. El alce estaba quieto como una estatua, no se movía, mientras yo, ansioso, esperaba el momento ideal.

Quedé en el mismo lugar, revisando todo con mis binoculares Zeiss de 10×42, y en un momento me pareció distinguir en la orilla del bosque algo de características diferentes.

Fueron más de diez eternos minutos, hasta que mi alce dió un paso y comenzó a asomarse. Caminó lentamente al limpio y se detuvo, tranquilo, sin desconfiar. A través de mi visor podía ver lo majestuoso que era, contemplaba claramente su pelaje oscuro y con una cornamenta descomunal. Era el momento esperado, ese fugaz instante en que los cazadores lo «sentimos» ¡Era ahora o nunca!

Conecté la luz de la retícula y con 16 aumentos, (estos visores, así como otras tienen la retícula en segundo plano focal con lo cual cambia el tamaño de la imagen, pero la retícula se mantiene igual), apunté cuidadosamente a la paleta y escuché el estampido de mi rifle.

El disparo me sorprendió. Cuando me «rehice», no lo vi más. Entonces me di cuenta que le había dado, si no se hubiera quedado sin entender qué pasaba tratando de localizar ese ruido.

Dan, que se había quedado más arriba me comenzó a gritar que le tirara otra vez, pero yo ya no lo podía ver, pues el animal a último momento había buscado el refugio del monte. Intentaba localizarlo desesperadamente a través de mis prismáticos, pero no lo lograba encontrar, hasta que Dan grito con fuerza y alegría   «se cayó».

Bajamos esos 450 metros rápidamente y lo empezamos a buscar. Yo no lo vi caer, pero Dan sí. No fue fácil encontrarlo hasta que Alex nos pegó un chiflido. Tremendo fue mi asombro cuando lo vi, en realidad buscaba un alce de pala completa, hasta la región frontal, pero me encontré con un trofeo de palas anchas y con puntas muy largas, pero de un grosor inusual.

Me encontré con un trofeo de palas anchas y con puntas muy largas, pero de un grosor inusual.

La cabeza resultó pesadísima (calculamos cerca de 40 kg) y con una abertura de 163 cm., un trofeo excepcional por lo masivo de la cornamenta. Me quedé extasiado observándolo tendido sobre la tundra y rodeado por un bosque de pinos, abetos y alerces en otoño.

Entre los tres despostamos al animal (entre 700 y 800 kg). Pudimos comprobar que el impacto resultó letal, ingresó por la paleta izquierda y, rompiendo la cuarta costilla, atravesó el pulmón para alojarse en la paleta contralateral.  Dispusimos la carne en los cargueros para llevarla el campamento base, para luego en avioneta ser trasladada y distribuida entre los pueblos nativos, es muy apreciada por ellos y que además no tienen un acceso fácil a  la carne vacuna. De más está decir, que esto se hace en cumplimiento con las reglamentaciones del lugar. Al otro día, cuando fuimos a cargar con los caballos ya había estado merodeando un oso, que lamentablemente cuando fuimos a esperarlo  resultó ser una hembra.

Practico la caza mayor y menor desde hace más de cincuenta años, (hoy tengo 72), y lo sigo haciendo con la misma pasión. Empecé con un Mauser 7.65 reformado, y con los años fui probando distintos calibres y diferentes ópticas.  Conozco quién cazó un alce con un 30.30 de palanca con mira abierta, y esta temporada utilizó con éxito un. 30-06 militar  con un visor fijo de solo cuatro aumentos. Por el estado del arma parecía una de esas que se llevan detrás del respaldo del asiento de una camioneta y sin funda, se trataba de una cazador americano muy particular, y que disfruta haciéndolo así, y tiene mi edad.

Cuando fui a cazar a Asia, Ibex y Marco Polo, comencé a entrenarme con tiros a larga distancia, porque en esas montañas abiertas y sin vegetación, muchas veces no queda otra alternativa y debemos que apelar a toda la    tecnología: recarga, selección de la pólvora,  puntas, velocidad del proyectil, cálculos de distancia con telémetro, cálculo de derivas por diferencias de altura, y especialmente la que produce el viento sobre el proyectil volando a largas distancias, entre 200 y 600 metros o más. Nuestra arma tiene que agrupar muy bien y se precisa un visor especializado con torretas para compensar la trayectoria del proyectil y así poder ajustar la distancia al blanco. Desde ya que es imprescindible un telémetro laser, ya sea incorporado a los prismáticos o en forma separada.

En este caso, el alce se estaba yendo a 450 metros, era la tercera vez que lo veía y tal vez mi última oportunidad, así que  la aproveché, ya que difícilmente nos hubiéramos podido acercar y dispararle dentro del bosque como hubiese hecho si las circunstancias lo hubiesen permitido. Creo que la ética no pasa por cazar con arco y flecha, fusiles de pólvora negra, o hacer un tiro a 20 metros, la ética está en la forma que uno practica esta actividad junto al respeto, reconocimiento y admiración que siente por la naturaleza en sí y por la pieza abatida, independientemente de la distancia a la cual uno le dispara al trofeo.

Carlos Ries Centeno