Horizontes de piedra y luz

Rececho de macho montés en Castellón

 

“…los ojos del espíritu y los ojos del cuerpo deben actuar en una constante y viviente conexión, porque de otro modo se corre el peligro de mirar y, sin embargo, no captar lo que se ve”

J.W. von Goethe

 

4 de mayo de 2021. Día de elecciones en la Comunidad de Madrid y fecha señalada para volver a visitar el oeste de nuestro solar hespérico. Esa bendita tierra del levante español. Un tráfico nutrido al salir de la capital y algo más de cuatrocientos kilómetros de ruta hacen que, al pasar por Castellón de la Plana, me encuentre bastante cansado y comience a sentir el ansia de apartarme del alquitrán.

Una vez que salimos de las grandes vías costeras, paulatinamente pasamos de un paisaje marcado por el silencio oloroso de los naranjales a las zonas de olivares (“alma prima arbolarum” que diría Horacio) que serán el escalón previo a una naturaleza agreste dominada por vigorosos pinos, desordenados chinebres (enebros) y un variado elenco de arbustos pinchudos como las aulagas o aliagas (Genista espinosa), capaces de aguantar estoicos la sequía estival tan común en el clima mediterráneo.

Paisaje de la sierra castellonense.

Otros treinta minutos de decenas de curvas enlazadas y, finalmente, aparcamos nuestro corcel mecánico en parking del Hostal Casa Manolo, situado en el municipio de Sénia, que dista escasos diez minutos de nuestro destino cinegético.

Rosell es la patria chica de Cristian y tierra de sus mayores. Es la “Tierra de barrancos” que diría Azorín. Un lugar donde la luz y la roca son los factores conformadores de su esencia. Enclaves que pueden ser tanto abatidos por las sequias más absolutas, como castigados por las lluvias torrenciales o el granizo.

Hablar de estos montes es hacerlo de la cabra hispánica y es que no hay Maestrazgo sin la figura del montés del mismo modo que no hay Madrid sin Puerta del Sol. Pero, muy a nuestro pesar, la silueta pimpante y salvaje del montés está actualmente en peligro inminente debido al preocupante y vertiginoso problema de la sarna, la cual se ha propagado con una fuerza verdaderamente asombrosa.

 

Primera parada y primer avistamiento

Al observar a los dos primeros animales que nos encontramos, tomo conciencia de la tragedia narrada por Cristian durante nuestro trayecto a estas tierras. Detrás de los prismáticos, su rostro habla por él. No hay más que contemplar en sus facciones la preocupación sobre aquella descorazonadora realidad, advirtiéndose un sentimiento de impotencia mezclado con otro de resignación al observar aquella madre junto a su chivo roídas hasta el hocico por la enfermedad.

De trecho en trecho, seguimos observando animales con la misma tónica. A cada curva se suceden laderones de piedra y profundas hondonadas.  En uno de ellos, Cristian, que tiene la mirada entrenada para estos menesteres, ha descubierto un macho joven en unas condiciones ciertamente deplorables.

Sin más miramientos, mi compañero, en un gesto de tremendo pesar, me insta a que tire. El animal, extremadamente escuálido, tiene sus horas contadas y es hora de acortar su agonía. Entendiendo mi labor, aunque no me es nada grato el desenlace. Intento ser preciso para acabar con su sufrimiento cuanto antes y, gracias a Dios, el mojicón del .270 lo deja literalmente incrustado entre las aulagas.

La luz mansa de la atardecida nos sume en la impotencia de ver como este paraíso se está convirtiendo en un infierno que, de no mediar milagro, trocará a una tierra yerma de uno de sus más inapreciables tesoros. Ante aquello, no hay palabras que consuelen.

 

MARTES 5: Lo que olvidamos cuando abandonamos el monte.

El día comienza a lucir nublado y muy ventoso. Nuestro primer destino nos lleva a echar un vistazo a algunos terrenos montuosos y barrancos que vierten al río Cérvol. En uno de ellos, El barranco de Soló, observamos dos cabras a tiro de arco que aun tardarían en darse cuenta de nuestra llegada. El aire templado del Mediterráneo es caprichoso e irascible, aunque esta vez haya sido nuestro aliado cubriendo con su furia nuestra aproximación.

La luz de medía mañana resalta los roquedos, modelando sus brillos agrisados, mientras el monte comienza a adormilarse. Hemos cambiado de derroteros para buscar algo de altura y umbría. Cubrimos aquellas sinuosas curvas de la carretera de Bell, con paradas continuas de observación, hasta que damos con un macho que, desde nuestra posición, parece sano.

Junto a un montés muy afectado por la sarna.

Lamentablemente, al echar mano de los prismáticos, tardamos escasos segundos en confirmar los peores presagios. Tiene el rostro demacrado por la enfermedad y se rasca el lomo incesantemente con los cuernos. Por instantes, se pierde de vista mientras avanza comistrajeando entre el monte, aunque, por fortuna, permanece absolutamente ajeno a nuestra presencia.

Después de evaluarlo concienzudamente, mi amigo me ofrece tirarlo viendo que su actual situación le llevaría en pocos días a una muerte segura.

El animal se encuentra encima de nosotros a no más de 90 metros. En aquel tiro más que cómodo, la bala únicamente tenía el inconveniente de salvar algunas de las ramas del chaparro tras el que se encontraba nuestro objetivo.

Las ondas del “zurriagazo” rebotan contra el canchal amplificando la detonación y un silencio triste vuelve a la sierra al contemplar el estado deplorable de aquel animal. El alma se nos cae a los pies al observar los efectos que causa ese maldito parásito.

Sin más novedades cinegéticas, orientamos ahora nuestra marcha hacia las Casas del Xabal, pequeña localidad sita en la parte más sureña de la franja litoral tarraconense. Uno de esos pueblos, hijos del Mediterráneo, que parece vivir de espaldas al interior.

De vuelta al mato, encaramos la tarde con una espera en una zona baja del coto. El cuco y sus cinco acordes dobles amenizan nuestra tarea.

Nada más comenzar a subir la carretera de Vallibona, una parada reglamentaria en una de las querencias que más gustan a mi acompañante. Desde ella dominamos una serie de bancales de piedra que parecen sujetos sin argamasa alguna en los que ha brotado la hierba.

¡Fisch! ¡Fisch! El suave silbido de Cristian reclamando mi atención, por el rabillo del ojo, ha visto un macho triscando apaciblemente en uno de los bancales de almendros.

Corregimos levemente nuestra posición para examinarlo con atención durante unos instantes. Parece que es lo que andábamos buscando. Hay que andarse con tiento mientras se mantiene ocupado. La detonación suena esta vez como el golpe de un martillo contra el granito. El macho ha caído a plomo.

Una distancia aceptable y aquella posición tan ventajosa, hicieron que el lance se resolviera satisfactoriamente. Según el experto, el cabro frisaría los 9 años de edad.  Al igual que los animales que abatimos anteriormente, su falta de vigor era palpable y su futuro nulo. En estos agrestes lugares, la debilidad equivale, tarde o temprano, a la muerte.

Aquella tarde, dejamos morir la luz con la visita de la Ermita de Santo Domingo. Uno de esos lugares mágicos abandonados por el hombre.

 

MIERCOLES 6: Adentrándonos en el Parque de la La Tinença de Benifassà.

El día luce quedo y sin nubes. Bien pronto damos la espalda a Rosell orientando nuestros pasos hacia el Coto la Verdad donde mi buen amigo está rehabilitando una masía que recibe el nombre de Casal Sires. Dejamos el asfalto para tomar un camino que da acceso a una pista forestal que nos introduce en varias zonas de caza que gestiona su empresa Beni-ibex. En el cauce seco de un arroyo hacemos nuestra primera parada para otear sus linderos. Parece ser que, hace unos días, se vio un buen macho en esta querencia.

Poco rato después, descubrimos tres animales jóvenes que intentan solearse en el tejado de una masía a medio derruir. Nada más vernos, ponen tierra de por medio con tres saltos que los llevan a un perdedero. Cuantas historias olvidadas se habrán vivido en estas construcciones abandonadas. Ahora, sus únicas dueñas son las hiedras que trepan adhiriéndose a los muros.

Observar el estado de los animales era muy triste.

Avanzamos a través de estrechos bancales soportados por muretes empedrados en busca de alguna agradable sorpresa. Aquí el aburrimiento siempre queda descartado, pues, aunque el monte hoy no se muestre generoso en dádivas debido principalmente al calor, no te deja espacio para caer en la monotonía.

Al filo de las once de la mañana, nuestra jornada vespertina termina mientras Cristian me mira con ojos apenados por no haber visto más caza durante la mañana. Tremendamente satisfecho, le doy las gracias por haberme permitido caminar junto a él en aquel entorno tan privilegiado.

Un paréntesis cinegético nos adentrará en una estimulante ruta cultural que me permita seguir ejercitando mi curiosidad viajera. Al fin y al cabo, cualquier excusa es buena para dedicarnos a los deliciosos menesteres de la contemplación y el aprendizaje.

Iniciamos nuestro recorrido en el Pantano de Ulldecona, que por sí sólo justifica la excursión. Reina una tranquilidad súbita. Allí nos detenemos cautivados ante la acuarela azul verde mar de sus mansas aguas.

La carretera de subida a Fredes nos ofrece un mirador natural pintiparado para la observación del Convento de Santa María de Benifassà, uno de nuestros destinos de aquel día.

Parece ser que sus obras se concluyeron en el año 1250 y son famosas las palabras de su promotor, el Rey Jaime I, cuando afirmó que “…no es cosa grande para los que hemos recibido del señor”. En 1967, este gran complejo edificatorio se convertiría, en el primer monasterio de monjas cartujas de España. Actualmente residen en él siete monjas de la Orden de San Bruno que disfrutan de una vida solitaria y contemplativa entregada a la oración. Un lenitivo para el alma marcado por la soledad y la agreste armonía con la Naturaleza.

 

La caza no para

En una espaldera de almendros, distinguimos dos cabras en las primeras fases de la enfermedad. La tarde ha declinado con una inactividad exacerbada. Nuestra espartana perseverancia no ha surtido efecto. Es hora de abandonar el mato no sin antes jugar nuestra última carta en las partes altas del coto sin ninguna novedad relevante.

Tras una ligera cena, marcho agotado al lecho.  Al tumbarme no paro de darle vueltas al coco al alarmante problema de la sarna que había vivido en primera persona en aquellas jornadas.  No se me iban de la cabeza las imágenes de aquel desalentador panorama en el que, prácticamente, todos los animales que vimos, se encontraban en alguno de los diferentes estados de la incubación de la enfermedad. La naturaleza nos está emitiendo un mensaje inquietante.

Y, aunque no es momento de verter recriminaciones a cerca de este problema de dimensiones complejas, me temo que, a estas alturas, la tarea de aislar la epidemia parece inviable. La de recuperar la especie será, sin dudas, ímproba. Me temo igualmente que las cotidianas “batallas políticas” habrán cercenado la capacidad de colaboración de las diferentes administraciones para intentar reaccionar a este problemón acometiendo un proyecto unificado y sólido de contención de la mano del resto de agentes implicados directa o indirectamente en la protección de esta valiosa especie.

No podemos dejar a la Naturaleza que arregle ella sola el desequilibrio. La emblemática cabra hispánica debe seguir poblando las sierras de Teruel, Tarragona y Castellón porque su historia es una historia de supervivencia y adaptación. Ojalá estos montes nunca queden enmudecidos por su falta.

Alfonso Mayoral