El arte de recechar

Las alegrías del éxito por lo general van de la mano de sacrificios

Hay términos que inmediatamente se asocian, por ejemplo, al hablar de «rececho» necesariamente pensamos en «cacería», es muy probable que además evaluemos «acecho», y después, analicemos las acciones de una y otra modalidad, una exige caminar y la otra no, una exige sigilo y la otra paciencia. Son dos métodos netamente diferenciados, con muchos seguidores cada uno de ellos, quienes invocan las virtudes y ventajas que hacen que sea su forma preferida de obtener la caza. No es mi intención hacer un «rececho Vs. acecho», ni siquiera compararlas, considero que debo ser respetuoso con ambas modalidades, que por otro lado practico por igual. Tampoco rececho es el antónimo de acecho, no son actividades opuestas ni están enfrentadas, son herramientas de las cuales se vale el cazador para lograr sus objetivos en buena ley, dentro de la ética venatoria.

Nieva en la parte alta del bosque

Hay cazadores de edad avanzada a los cuales marchar seis o siete horas dentro de un bosque, trepar por faldeos de cerros empinados, les sería casi imposible y en ese caso optan por un acecho; otros, aunque jóvenes y fuertes no son capaces de soportar horas de espera junto a una aguada o un maizal, en un crudo invierno y optan por el rececho. Mientras que el acecho admite equipos pesados, miras telescópicas de gran volumen y largavistas similares, pues la observación es de mayor calidad con esos aparatos pesados, el rececho exige una correcta elección del equipo a llevar encima en el desplazamiento por el terreno que se desarrolle la cacería, pues es fácil darse cuenta de que con un equipo exageradamente pesado nuestros movimientos serán torpes y que corremos el riesgo de abandonar por cansancio mucho antes de lo pensado.

Es cierto que no se puede hablar de acechar un jabalí o recechar un jabalí, pues es probable que lo obtengamos al acecho, aunque existe a modalidad de La Ronda nocturna donde se lo rececha. Esto se ha importado a mi país, donde hay gente que «rececha» a los jabalíes en noches de luna llena. He realizado esa forma de cazar, pero no la considero un verdadero rececho, como lo es hacerlo a plena luz del día, con las condiciones que impone el terreno, la vegetación, y las facilidades o no, que nos pueda permitir la pieza. De todos modos, soy respetuoso con quienes llaman así al hecho de buscar a los jabalíes en los sembradíos en plena noche. Simplemente a mí no me gusta.

Rececho en zona de transición estepa-bosque

Recechar propiamente dicho es ir tras la pieza en el monte, la montaña, el desierto, de día y a pie, sin esperar que un grupo de personas a los gritos y haciendo todo tipo de ruidos, me acerque a las piezas hacia mi cómodo puesto. Estimo que recechar es la forma más pura de practicar nuestra caza mayor.

Entrarle a un colorado en el caldenal pampeano a pie, y lograr un trofeo sin el auxilio de un guía, es realmente un arte al que todo buen deportista debe tender, aunque se vayan dejando fracasos en el camino. Como dije antes, es necesario moverse liviano, y no cargarse de cosas que harán que nuestro rececho se transforme en un sacrificio, no llevar excesivos proyectiles, pues con tres o cuatro serán suficientes, no cargar grandes cuchillos de monte, muchas ropas, poderosos largavistas, comidas, etc., que al momento de iniciar nuestra cacería no lo notaremos, pero una vez que andemos cuatro o cinco horas nos darán ganas de dejarlas en cualquier lado. Personalmente utilizo unos livianos Swarovski 8,5 x 42, con lentes tratadas de una definición excelente, un cuchillo de monte de tamaño mediano, pero liviano, una cortaplumas de varios usos (siempre me sacó de apuros), un radiotransmisor muy pequeño, por lo general llevo dos naranjas (una para cada descanso), un chaleco con el cual inicio la marcha, por la mañana temprano (prefiero sentir algo de frío y evitar así el peso de pesadas cazadoras cuando el sol entibia el caldenal o los cerros) y en cuanto al rifle es bueno que sea liviano, pero aquí depende del que cada uno tenga o quiera usar, así que prefiero evitar peso en cosas superfluas y no en lo más importante, que para mí es el rifle.

Árbol donde se pelan los colorados

El calzado es un tema de mucha importancia, un zapato que nos apriete, nos haga doler o nos roce, nos hará sufrir hasta sacarnos ampollas, y quizá llegue a imposibilitarnos seguir caminando, es por estos motivos que debemos extremar los cuidados al respecto. Jamás se debería estrenar un calzado, deben estar domados con anterioridad, y deben ser lo suficientemente fuertes y livianos, dependiendo del tipo de terreno hacia dónde vayamos; en la actualidad existen muchos y de muy buenas marcas y materiales como la cordura y suelas especiales, muy resistentes sobre todo a las filosas rocas de nuestras montañas, o impermeables, para evitar el rocío del amanecer de nuestros bosques pampeanos.

El eterno juego del cazador se basa justamente en que el acercamiento no sea detectado por la caza y en la medida que más se pueda aproximar a ésta, mayores satisfacciones obtendrán.  Siempre digo que mi mayor satisfacción sería apoyar el cañón del rifle sobre la cabeza de mi trofeo. Y pensar que hay cazadores que gustan disparar sobre sus piezas a larguísimas distancias, del orden de los cuatrocientos o quinientos metros, perdiendo el encanto principal, que es justamente la aproximación, y muchas veces disparando sin valorar la calidad del trofeo, pues es de suponer que apreciar un colorado a quinientos metros es muy difícil sin aparatos sofisticados.

Nuestros movimientos dentro del monte deberán ser muy precisos, estudiados, evitando hacer el menor de los ruidos. Quebrar una rama al caminar significará alertar a toda la caza presente en un amplio sector del bosque, y podrá echar por tierra nuestro acercamiento. Las paradas para observar deberán ser frecuentes, mirando hacia delante y atrás, antes de continuar la marcha.

Recechando colorados en la cordillera patagónica

Un rececho en los cerros o colinas exige otro tipo de estrategia. Es probable que algunos ruidos provocados por la rodada de alguna piedra no sea tan trascendente como una rama rota dentro del bosque, pero sí que seamos vistos desde lejos por algún ciervo junto a su grupo de hembras. Es más, en los cerros los rodados de piedras son comunes por varios motivos, la nieve al derretirse, el viento, etc. y los animales no desconfían tanto de estos sonidos, como de poder observarnos a la distancia.

En cuanto a las miras ópticas prefiero las de menos aumentos, mayor luminosidad y mayor retícula para moverme dentro del monte, pues es probable que los tiros deban ser muy rápidos, a corta distancia y las condiciones de luz a veces no tan buenas; en cambio en la montaña preferiría que fueran más livianas y con mayor número de aumentos o variables.

Si de rastros hablamos, también las condiciones dependen del terreno, pues rastrear ciervos o cabras salvajes en un pedrero sería una ilusión, pero dentro del caldenal son herramientas muy valiosas que nos pueden orientar en nuestro cometido; sé positivamente que rastrear es todo un arte y que no se aprende con algunas lecciones, pero si se anduvo mucho tiempo en compañía de lugareños acostumbrados a pistear todo tipo de animales, aunque más no sea por vergüenza, algo de esa sabiduría de nuestra gente de campo podremos aprender. He tenido muchas oportunidades de ver en acción a un rastreador, se valen de las más mínimas observaciones, si los pastos están o no verticales, si hay alguno fuera de lugar, si una bosta está dada vuelta, ni hablemos de gotas de sangre y mil cosas más que al profano de la ciudad ni se le ocurriría pensar, y muchas veces muy buenos trofeos fueron cobrados gracias a la intervención de estas personas.

Recechando colorados en la cordillera patagónica

Sirva de ejemplo a lo comentado un amargo recuerdo, aunque con final feliz, un tiro poco afortunado a un colorado dentro del monte pampeano a primera hora de la mañana, aproximadamente las 8,30 horas. Venía oyendo de hacía rato su brama, hasta que lo pude ver y tener a tiro, en el momento del disparo algo debió pasar, pues el ciervo se dio vuelta en el preciso momento que apretaba el gatillo, evidentemente un tiro «sucio», y la huida del animal. De no haber contado con la inestimable colaboración de mi amigo de muchos años Reyes Zabala (su nombre se debe a que nació el 6 de enero), realmente no podría haber logrado encontrarlo. Fue increíble, lo siguió durante todo el día por unas espesuras casi impenetrables, ya se estaba haciendo de noche, y dejó marcas en el lugar para continuar a la mañana siguiente. Yo pensaba que él pretendía no hacerme sentir tan mal cuando me decía que me quedase tranquilo, que íbamos bien tras el rastro, pero con casi diez horas de seguimiento y con las perspectivas de seguir al otro día, yo pensaba que mi colorado estaría a mil kilómetros. Apenas aclaró nos encontramos para reiniciar el rastreo, Reyes se detenía cuando se perdía y afirmaba que debería cortar el rastro, es decir, daba vueltas en redondo para saber por dónde seguir. Casi a las dos horas lo encontramos totalmente frío al pie de un caldén.

Las alegrías del éxito por lo general van de la mano de sacrificios y el rececho no es una excepción.

Jorge Borque